San Blas el Grande y San Blas el Chico

 


A los que vivieron los años de la niñez entre la posguerra y el comienzo de la década de los setenta del siglo pasado, la expresión usada como título seguramente les resulte familiar. En ese tiempo, los fastos en torno a San Blas se disgregaban en dos momentos y dos lugares bien distintos. La marcha hasta el cerro de la ermita por la mañana se conocía como subir a San Blas el Grande. Esta aventura estaba reservada para la gente joven, que hacía el camino andando; los asistentes visitaban las “cuevas” y se tomaban la merienda en el campo. Una vez reparada la ermita, podía celebrarse la misa si algún vecino había hecho la promesa; además de pagar el coste del oficio, el oferente debía ocuparse de transportar a lomos de una caballería los útiles necesarios para el acto. Me consta que se hacía de ese modo porque mi primera participación en el evento estuvo motivada por una promesa de mi abuela; recuerdo que unos días antes el cura estuvo en mi casa y se habló sobre el tema; también recuerdo que los bártulos se trasladaron en el mulo de mi abuelo.
Una opción menos arriesgada era la asistencia a San Blas el Chico; tenía lugar el mismo día por la tarde en torno a la ermita del Cristo y contaba con la asistencia de un buen número de gente mayor y niños pequeños acompañados de madres, abuelas, etc. Creo que se celebraba una misa, aunque no sé cómo se pagaba. Me han contado que se echaban corros y que se vendían caramelos, garbanzos tostados, naranjas, barquillos y otras golosinas, aunque yo sólo recuerdo a la vendedora de garrotitas con su cesta característica.
Desconozco si la doble celebración de San Blas, el Chico y el Grande, formó parte de una costumbre más añeja o se trató de una innovación tras la Guerra Civil ante la ruina de la ermita. En todo caso, la tradición no debió remontarse muchas décadas, pues sabemos que la ermita del Cristo sustituyó a un humilladero. Sea como fuere, a comienzos de 1947 ya se había reparado el edificio y se había adquirido una imagen nueva, pues se ha conservado una fotografía que refleja el momento del traslado de San Miguel y San Blas a su ermita con fecha de 3 de febrero del citado año.
Del mismo modo que menudean las menciones a San Miguel desde, al menos, el siglo XVII, no recuerdo dato alguno sobre San Blas hasta el inventario parroquial de 1879, donde se especifica que se encuentra en la sacristía de la iglesia parroquial. El mismo documento recoge que San Miguel se encuentra en el retablo de la Virgen del Rosario hasta  ser trasladado a su ermita en 29 de septiembre de 1885. No se menciona el traslado de San Blas aunque en el siguiente inventario, realizado en 1896 ya no se registra en la parroquia.
San Blas fue un santo muy popular ya durante la Edad Media; formó parte de los catorce santos protectores y, como San Miguel, se considera que personificó algunos elementos de creencias precristianas. Su culto continúa bien representado en diferentes partes de la geografía hispana y entre las prácticas asociadas cabe destacar la elaboración de dulces, especialmente rosquillas, las hogueras, las pujas por llevar las andas, las cintas para proteger la garganta, etc. Salvo los exvotos colgados en los muros de la ermita, no se recuerda otro hábito relacionado con el santo en Agudo, aun cuando en los pueblos del entorno (Garbayuela y Baterno) tiene o ha tenido bastante trascendencia. 
  Con dos celebraciones locales (Aparición de San Miguel el 8 de mayo y San Miguel el 29 de septiembre), la sierra con su nombre y ermita propia, parece evidente la primacía de San Miguel sobre San Blas. Además, en el tiempo que pasan en la parroquia durante el siglo XIX, el primero se expone en el retablo de la Virgen del Rosario (junto a la puerta de la actual sacristía), mientras que el segundo permanece oculto en la sacristía (actual capilla del Santísimo). En el inventario de 1925  se describen los bienes de la ermita de San Miguel (con ese nombre), entre los que se anota un retablo pequeño de pino pintado con mesa de mampostería y una hornacina en el centro con la imagen de San Miguel. Sin detallar su localización se recoge también la imagen de San Blas y un lienzo del mismo personaje. La existencia de un lienzo podría indicar un culto anterior a la adquisición de la escultura, pero no deja de ser una suposición.
En los años sesenta del siglo pasado, las celebraciones de San Miguel se hallaban en franca decadencia, mientras que San Blas se mantuvo. La elección del segundo por parte del ayuntamiento  como fiesta local seguramente ha favorecido su preservación hasta hoy y la reciente decisión de trasladarlo al sábado más próximo contribuirá tal vez a su pervivencia en un municipio cuya despoblación es un hecho. Cabe mencionar la incorporación de algunas prácticas desconocidas hasta la fecha en los actos locales (una hoguera, invitación a los danzantes de Garbayuela, participación de los auroros, presencia de las roscas de San Blas) que, sin lugar a dudas contribuirán al enriquecimiento de la festividad.

[La fotografía de la ermita del Cristo pertenece a Tomás Muñoz, la del fondo es de Google Maps, la del traslado de San Miguel y San Blas a la ermita fue de A. O. y me la ha facilitado su hijo].


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