La Feria de junio

 


      Las ferias surgen en la Europa medieval, originadas por iniciativa señorial o real. Desde el primer momento constituyeron un estímulo para la economía de las áreas geográficas donde tuvieron lugar. A diferencia de los mercados (de periodicidad semanal o quincenal), solían ser anuales o semestrales y manejaban una serie de productos que superaban las capacidades de aquéllos. Gozaron de un prestigio que sobrepasaba el entorno inmediato y, en muchos casos, adquirieron fama internacional. Compradores y vendedores recorrieron grandes distancias a fin de asistir a ellas y las transacciones movieron cantidades muy importantes de dinero. En todo caso, la finalidad principal de estas convocatorias pasaba y pasa por incrementar la riqueza de los centros impulsores ya sea mediante ventas, impuestos, servicios, etc. Las ferias más antiguas del entorno de Agudo fueron las dos de Puebla de Alcocer, autorizadas por el rey Alfonso XI en 1326.

      Se desconoce el origen de la feria de Agudo; los datos más antiguos proceden de un párrafo de Proyecto de Investigación: Abenójar, donde se menciona la adquisición de productos comerciales por parte de los abenojenses en la feria de Agudo durante los siglos XVI y XVII. El ayuntamiento no conserva fondo archivístico antiguo y otras fuentes manejadas (libros de cuentas de las cofradías, protocolos notariales, capellanías, etc.) no hacen una sola mención sobre el evento. Hay que esperar hasta las últimas décadas del siglo XIX, cuando los primeros libros de actas conservados en el consistorio recogen alguna información al respecto. Las anotaciones de esos años dejan bien claro que la feria ya se desenvolvía en dos espacios bien diferenciados.  

      En las afueras de la población se localizaba el rodeo, que acogía las compraventas de ganado; aunque se desconoce si se realizó siempre en el mismo paraje, hasta donde llega la memoria de la gente tuvo lugar en el Llano, desde la esquina del Corralito hasta la de Padilla y desde las paredes de las cercas hasta más abajo del embarcadero. Pegados a los muros de la línea de solares, que se localizan al Sur del pilar de Caño, instalaban los gitanos su campamento; en torno al citado pilar se situaban los équidos (burros, mulos y caballos), quizá porque eran las especies con las que estas gentes negociaban. Desde la esquina del Corralito hasta la ermita del Cristo, a ambos lados de la carretera —antes cañada real y camino de Siruela— se emplazaban las cabras y ovejas, sueltas o agrupadas por propietarios en los rediles. A continuación, se desperdigaba el ganado vacuno de los particulares hasta alcanzar la esquina de Padilla, donde acomodaban a las vacas de la Dehesa. Dispersos entre los animales, se montaban unas frágiles estructuras con armazón de vigas de madera y revestidos con lonas, la única protección ante el inclemente sol de mediados de junio; se llamaban gangos y hacían la función de tabernas provisionales.
      Cuentan que la feria ganadera de Agudo fue la más importante de todas las que se celebraban en los pueblos de los alrededores, superando a la de Almadén, Chillón, Siruela y Talarrubias, entre otras; seguramente la red de vías pecuarias no fue ajena a ello, aunque de esa ventaja también disfrutaron las localidades del entorno. Por el núcleo urbano de Agudo transitaba la Cañada Real de Merinas —un ramal de la Cañada Soriana Oriental— mientras que la Cañada Real Segoviana lo hace por el boquerón del Guadalemar, donde se desgaja una vereda, que cruza la sierra de Siruela por el puerto Viejo, y dibuja el límite entre Agudo y Tamurejo en algunos tramos. Además, la Cañada Real Leonesa Occidental circula por Puerto Peña y por el término de Puebla de Alcocer; caber suponer que las comunicaciones entre las cañadas leonesa y segoviana debieron ser bastante fáciles. Sea como fuere, están constatados individuos que venían desde Valencia, Villena (Alicante), Trujillo, El Barco de Ávila y Muñico (Ávila), entre otros. 
      Del conjunto de gentes foráneas, que llenaban las calles y merodeaban por el rodeo durante esos días, destacaban los gitanos; eran los primeros en llegar y los últimos en irse, y tenían casi el monopolio de los burros; lo mismo compraban que vendían, y llegaban siempre en grupos muy numerosos, formando largas caravanas de borricos, que transportaban a las familias y los enseres necesarios para organizar sus acampadas. Las gentes de los lugares más alejados (Ávila, Valencia, etc.) eran compradores, estando bien documentado un carnicero de Villena (Alicante), que estuvo viniendo durante bastantes años. Una figura característica fue el corredor, una persona que se encargaba de poner en contacto a los compradores con los vendedores; solían llevar chambra y un cayado largo. Los vendedores eran ganaderos autóctonos y de poblaciones más o menos próximas. Me contó A. F.  (nacido a mediados de la década de los cuarenta del siglo pasado y vecino de Arroba de los Montes) que él solía venir casi todos los años, acompañando a su padre que era ganadero; Arroba era paso obligado para los pueblos de los Montes y allí se juntaban los ganados procedentes de Alcoba, Navalpino, Fontanarejo y Horcajo; el primer día de marcha sesteaban en El Chorro (Puebla de Don Rodrigo) y dormían en la finca de los Costi, el segundo día sesteaban en el pilar del Aguafría y dormían en el rodeo. El hecho de formar grupos más o menos numerosos para acudir a las ferias no era una práctica infundada; en los caminos solían apostarse los amigos de lo ajeno, sobre todo en el viaje de vuelta, cuando los ganaderos portaban el dinero obtenido en la venta de sus animales.

      La zona de mercado no ganadero se localizaba dentro de la población; a finales del siglo XIX, el real se ubicaba en la mitad sur de la calle Larga, donde permaneció hasta los años cuarenta del siglo pasado, cuando comenzó moverse calle abajo hasta extenderse por el paseo de Juan XXIII en los últimos años. Las atracciones para niños (caballitos, molinillo, barcas, etc.) se montaron primero en la plaza de la Iglesia y, más tarde, se trasladaron hasta el citado paseo de Juan XXIII. Hasta mediada la década de los sesenta, las tiendas eras similares a los bares del rodeo —armazón de vigas de madera cerrado con lonas—; poco a poco fueron sustituidas por casetas desmontables de vivos colores. Hasta donde alcanza la memoria, juguetería, calderería, zapatería, cencerros, atalajes para las bestias de carga, cobre y joyería sencilla fueron los productos que podían adquirirse. El circo y el teatro fueron fueron opciones de ocio propias de estos días; el segundo se incorporó después y en los primeros años no se estableció en la plaza de San Juan, sino en el salón Ideal, donde también se celebraban los bailes durante los festivos del año.
      Ya en los primeros acuerdos conservados de la corporación municipal (1893) consta el nombramiento de una comisión para inspeccionar el evento y la localización de los puestos, que debía ir precedida de la correspondiente licencia municipal (1894). No se permitían las casetas de venta de bebidas en la vía pública (1894), y el estiércol generado por el ganado del rodeo era propiedad del consistorio y se vendía mediante subasta (1894 y 1897).
      A comienzos de la década de los setenta del siglo pasado, la expansión de los medios de transporte privados y la instauración de un mercado quincenal de ganado junto al viejo embarcadero promovieron la decadencia de la feria ganadera, que apenas pudo prolongarse hasta los primeros años de la década siguiente. Mediados los sesenta se había organizado el mercadillo semanal de los martes, que reemplazó las mercaderías que hasta entonces se habían adquirido en la feria y, además, incrementó la oferta con otros productos demandados. A medida que se diluía su carácter económico, se incrementaba el componente lúdico; en algún momento de los noventa, el ayuntamiento decidió programar una verbena y algún año se hicieron toros, aunque no por ello recuperó el protagonismo que había perdido. Con el nuevo milenio el consistorio decidió sumarse a la moda de las ferias de muestras, que se estaban difundiendo por la geografía española; al nuevo evento, acoplado al fin de semana más próximo al 13 de junio, lo han denominado Feria Agropecuaria y Turístico-Comercial, un calificativo demasiado ambicioso si lo comparamos con los que ostentó en sus años de esplendor: la Feria para los agudeños hasta que en 1940, al establecerse la de septiembre, le añadieron de junio y la Feria de Agudo para los pueblos de alrededor; en cuanto al apelativo Feria de San Antonio, que se cita últimamente, no se recoge en ninguno de los escasos documentos que se han podido consultar, aunque su inicio coincidiera con la celebración de san Antonio de Padua.




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