En carnaval to' pasa


El título plagia un dicho local que explica con total claridad lo que, durante siglos, ha supuesto esta festividad  en buena parte del territorio nacional. Una característica fundamental del carnaval tradicional fue la tolerancia de un buen número de infracciones hacia las normas sociales que, en cualquier otro momento, la sociedad y, sobre todo, las autoridades no soportarían. El desacato a los principios usuales de convivencia produjo la oposición de los gobernantes que, a menudo, vetaron algunos actos; pero fue en 1937 cuando el gobierno franquista prohibió cualquier tipo de práctica carnavalesca.
Hasta donde se conoce, en Agudo las celebraciones se circunscribieron a los tres días clásicos (domingo, lunes y martes) y no fue hasta los años ochenta del pasado siglo, debido a influencias externas, cuando comenzó a celebrarse el entierro de la sardina el miércoles de ceniza. Tradicionalmente, esta última fecha ha coincidido y continúa haciéndolo con el primer día de cuaresma y, según la normativa católica o la costumbre local, es de obligado cumplimiento para los que se hayan vestido de carnaval pasarse por la iglesia a recibir la ceniza y guardar la abstinencia para todos los adultos.
Por los libros cancelarios de la Sacramental sabemos que durante la Edad Moderna estas celebraciones eran conocidas con el nombre de carnestolendas, aunque nada sabemos de las prácticas con las que nuestros predecesores se divertían.
        La drástica proscripción del gobierno franquista, que en Agudo fue mitigándose desde un momento temprano, contribuyó a la desaparición de algunos usos, cuya existencia se conoce por el testimonio de aquéllos que lo oyeron de sus mayores. En el tercer cuarto del siglo pasado las vaquillas eran ya un recuerdo, aunque todavía eran bien conocidas las estudiantinas, las murgas y las máscaras, solas o en grupo, cuya decadencia era más que evidente a medida que  avanzaba el periodo.


Sobre las vaquillas apenas se recuerda algún dato si se exceptúa su propia presencia. Sabemos que estaban formadas por un armazón, una cornamenta y algún tipo de textil, piel, etc. que portaban uno o dos mozos; también se desconoce en número de “animales” participantes, o el día o días que actuaban; sí se sabe que su papel en  el evento consistía en perseguir, fundamentalmente, a las mozas, lo que aboga por un posible origen pagano y relacionado con la fecundidad, que está constatado en prácticas semejantes de otras zonas del país. Cuenta María Reyes Sanz Sancho que en Fuenterrebollo (Segovia) el armazón de las vaquillas se realizaba con las varillas de cerner, cubierto con una manta, que arropaba a dos mozos, una cornamenta de bóvido en el extremo frontal y un cencerro a la altura del pescuezo completaban el atrezo; en Riba de Saelices (Guadalajara) también se han utilizado las varillas de cerner como armazón, pero no conocemos más detalles al respecto. Este utensilio ha formado parte del utillaje doméstico local al menos hasta los años de la posguerra  por lo que, tal vez, también estuviera incluido en la estructura de nuestras desaparecidas vaquillas.
Una práctica muy recordada por las personas que tuvieron la suerte de presenciarla fue la de las estudiantinas. En Agudo se denominaba estudiantina a un grupo de jóvenes, que preparaba una actuación vocal e instrumental basada en una sola pieza para  interpretarla por las calles de la población en los días de carnaval. La composición podía ser de ejecución local o bien pertenecer a un repertorio de ámbito más amplio. Todavía se recuerdan La espigadora, cuya letra  reproduce la pieza del mismo título incluida en la conocida zarzuela La rosa del azafrán; así mismo, de un folleto impreso en Almadén con el texto de otra  obra cabe deducir la existencia de un mercado sobre este asunto. La puesta en escena del espectáculo determinó la ejecución de una vistosa indumentaria, que en otros lugares de la geografía española ha dado origen a los trajes populares, contribuyendo a desarrollar un sentimiento de pertenencia a una entidad propia, que nosotros no hemos sido capaces de asimilar. 
Las murgas fueron, seguramente, la actividad mejor recibida por un público deseoso, antes y ahora, del chismorreo. El argumento giraba siempre en torno a hechos y dichos acaecidos en la población, que eran tratados de un modo exagerado y crítico. Las murgas podían ser cantadas, cuando se preparaban con cierto tiempo, o recitadas, cuando eran más o menos improvisadas. De la posibilidad de formar parte de la trama de una  surgió el dicho “salir en carnaval”. Todavía en los primeros años del presente milenio había grupos que preparaban alguna parodia sobre temas de actualidad divulgados por los medios de comunicación.
Pero fueron las máscaras los personajes más numerosos, quizá por la facilidad con la que podía improvisarse el disfraz. La máscara podía aparecer sola o en grupo, recorrer las calles o ataviarse para el baile de la tarde-noche, pero era primordial que no la reconocieran hasta que ella decidiera descubrir su rostro. El disfraz se preparaba con cualquier tipo de tejido que hubiera en la casa; colchas y sábanas de cama, carpetas de tapar los baúles y cualquier prenda lo suficientemente grande para arropar al personaje. No está documentada la existencia de caretas y, hasta donde se conoce, la cara se tapaba con alguna pieza pequeña, que era recubierta a su vez por otra de mayor tamaño colocada sobre la cabeza. Un palo con el que en ocasiones amagaban a los viandantes completaba el atuendo. No consta que portaran ningún instrumento para hacer ruido, solo su propia voz en falsete, repitiendo  con frecuencia “que no, que no, que no me conoces”. 

         Ninguna de las prácticas expuestas se realiza en la actualidad. Como en muchas poblaciones, los desfiles de disfraces más o menos glamurosos han sustituido con éxito todo lo anterior, y el carnaval local de hoy ha perdido todos sus elementos trasgresores, reemplazándolos por otros más amables, moderados y, sobre todo, consumistas. La recuperación de la fiesta en los primeros tiempos de la democracia ha traído consigo una importante intervención de las autoridades municipales que, mediante la institución de premios y actividades, dirigen la evolución del espectáculo; también los medios de comunicación influyen de manera importante en la divulgación de determinados modelos a seguir.
         Una minoría en continuo crecimiento, consciente de la monotonía a la que nos conduce la actual globalización,  comienza a actuar con firmeza ante la pérdida de lo que, hasta no hace tantos años, han sido valores relevantes y significativos de la propia identidad de cualquier lugar. Es el caso de las poblaciones del antiguo Ducado de Medinaceli (Soria), donde se está recuperando la vaquilla, que llevaba desaparecida más de medio siglo en algunas localidades; la memoria de los mayores ha sido de vital importancia en el rescate.
         También nosotros estamos a tiempo de tomar alguna decisión en ese sentido. El histórico carácter fronterizo de Agudo ha aportado al folclore local  un nutrido conjunto de destrezas, costumbres y otros elementos interesantes que no deberíamos desdeñar. Que Agudo no está interesado en ello es sólo una  cómoda excusa, que formulan aquellos que se han acostumbrado a los programas en serie ofrecidos por empresas especializadas. El auge de la Semana Santa y San Juan, o la recuperación de algunas festividades largamente olvidadas son una clara muestra de que a Agudo sí le importa.