17 de enero, San Antón




      [En enero de 2016 se publicó este escrito en el desaparecido blog Agudojoven con el fin de recordar las prácticas de una fiesta que, en tiempos, gozó de gran popularidad en Agudo. Si no recuerdo mal, ese mismo año y el siguiente desde la escuela se ha fomentado una actividad que rememora algunos de los usos antiguos; como se relata a continuación la celebración consistió en algo más que un tranquilo desfile de niños portando un cencerro, pero es de agradecer el interés de la escuela por el rescate de la tradición local].

      San Antonio Abad, San Antón o San Antonio de enero –se le conoce con los tres apelativos ̶  nació a mediados del siglo III en Egipto. Su culto se propagó muy pronto tras su muerte y estuvo muy difundido por todo el ámbito cristiano. Se considera que asumió prácticas cultuales procedentes del mundo pagano, y algunos usos de sus celebraciones fueron prohibidas en capítulos y visitas parroquiales. Fue el primer santo que se retiró al desierto y se le considera padre del monacato. La llama de fuego, el bastón con forma de tau y el cerdo forman parte de su iconografía. Los hábitos festivos son muy variados, incluyendo hogueras, danzas, romerías, bendición de animales domésticos, saltos sobre el fuego, subasta del cerdo de San Antón,  comidas o invitaciones colectivas, platos específicos, etc. En numerosas poblaciones se confunde a San Antonio Abad  con San Antonio de Padua (13 de junio).Tras unas décadas de olvido, en los últimos tiempos se ha constatado una recuperación de las fiestas en honor al santo en consonancia con la revitalización de las tradiciones y el resurgir de la propia identidad.
      En Agudo no pudo confundirse a San Antón con San Antonio de Padua, ya que ambos fueron parte del repertorio de devociones locales. El de Padua tenía imagen en la iglesia parroquial al menos desde 1879, sus prácticas cultuales incluyen todavía misa y media procesión (también tuvo ramo hasta hace unos pocos años) y la feria de ganados (13-15 de junio) podría haber contado con su patrocinio, aunque no conozco ningún documento que lo corrobore.  De San Antón hubo un cuadro en el retablo del Altar Mayor de la ermita de La Virgen según consta en el inventario de 1882;  hemos conservado el conocido refrán  Pa' San Antón, gallinita pon y otro no tan afamado aunque no menos significativo: Si es con barba San Antón y si no, la Purísima Concepción.  Su procesión, como la de San Marcos, no contó con la presencia del sacerdote, pero mantuvo unos elementos festivos muy peculiares.
       A tenor de los informantes, las celebraciones comenzaban al menos una semana antes. Los niños (que no las niñas), tras salir de la escuela, deambulaban por las calles del pueblo en pequeños grupos tocando el cencerro;  a la caída de la tarde, cuando finalizaban la jornada laboral, eran los jóvenes los que tomaban los cencerros, congregándose por cuadrillas de amigos y/o vecinos en algunas zonas del pueblo. La plaza de la iglesia y la confluencia de las calles Cristo y Caño fueron algunos de los emplazamientos donde tuvieron lugar las cencerradas de anochecida.
      En la mañana del 17 de enero se celebraba una misa en honor del santo; en la puerta de la iglesia se concentraba bastante gente: adultos con algún animal (mulo, caballo, burro, cabra y, alguna vez, una vaca mansa), algunas mujeres con cestas de un asa colgadas del brazo y la mayor parte de la población infantil masculina con un cencerro atado a la cintura. Los informantes no recuerdan si el cura salía a bendecir los animales o ese acto no era necesario pero, al finalizar la ceremonia religiosa, comenzaba una desordenada  procesión de adultos, unos pocos animales y un buen montón de niños tocando el cencerro, que recorría las calles del pueblo. En las cestas, las mujeres llevaban nueces, castañas, bellotas, etc. y, de cuando en cuando, lanzaban puñados hacia los niños; éstos se arrojaban al suelo con el fin de obtener la mayor cantidad posible de "golosinas" antes de que el pisoteo de los participantes las envolviera con la tierra o el barro de la calle. Durante el recorrido, algunas vecinas que salían a contemplar el evento contribuían en el reparto de fruslerías.  En los años finales, los caramelos y el dinero suelto (monedas de diez céntimos, dos reales y alguna peseta) fueron sustituyendo a los frutos secos otros tiempos.
      La misa era costeada por alguna persona que se la había prometido a San Antón, seguramente como agradecimiento por la participación del santo en la curación de algún animal de su propiedad. Por el mismo motivo, una o varias personas llevaban la bestia restablecida a la procesión y otras repartían las chucherías entre los niños que colaboraban la música (los cencerros). Como en el conjunto del país, los años setenta del siglo pasado trajeron consigo la decadencia de la fiesta, ya fuera porque la televisión nos estaba "modernizando" a marchas forzadas, ya fuera porque los agricultores comenzaban a fiarse más del veterinario y los productos farmacéuticos que de San Antonio Abad. Quizá los gestores de la iglesia local no fueran ajenos a este declive; después de los sucesos del 36, un conjunto de santos de devoción antigua no se restablecieron. San Antón, San Sebastián, San Pantaleón y Santa Ana se cuentan entre los ellos. Cada uno de ellos tiene un capítulo propio en la memoria de Agudo y el de San Antón es fácil de colegir; algunas de sus prácticas festivas no  siempre fueron toleradas por la jerarquía eclesiástica y, en el ámbito local, el papel religioso fue mínimo (una misa). Mejor suerte le cupo al otro San Antonio, el de Padua, que, con misa, procesión y ramo, se hallaba más próximo a la ortodoxia oficial.
      Como ya he apuntado, las niñas no participaban en la cencerrada, aunque conservo un vago recuerdo de la festividad.  Realicé el parvulario en las escuelas instaladas en el pósito, por lo que mantengo alguna imagen poco definida de una aglomeración de gente, niños con cencerro y algunos animales en la puerta de la iglesia. También guardo algún recuerdo de la procesión a su paso por la esquina de mi calleja, donde pude observar el lanzamiento de chucherías y dinero suelto, y oír el estruendo de los cencerros. La fotografía que ilustra este texto no se corresponde con mis percepciones sobre  las prácticas realizadas (sobran las niñas del primer plano mientras que faltan cencerros, animales y mujeres con cestas), pero no dispongo de otra más explícita y tampoco puedo asegurar que mis imprecisas evocaciones se correspondan totalmente con la realidad.
      En la bibliografía que he manejado sobre las celebraciones de San Antón son abundantes las referencias a las hogueras, la bendición de los animales domésticos o las recetas específicas, pero son bastante más escuetas las alusiones a los cencerros. Según Valdivielso, en Llano de Bureba los niños se colgaban un cencerro del cuello  con el que recorrían el pueblo, después iban a comer al campo donde suspendían el cencerro de un arbusto. El autor considera que el hecho de que los niños se pongan el cencerro al cuello constituye un proceso de sustitución del animal doméstico por el hombre durante ese día. En Agudo el cencerro se ataba a la cintura, introduciéndose un palo liso por la arandela a fin de facilitar el vaivén que lo hace sonar; seguramente fuera la obtención de ruido el propósito principal para utilización de los cencerros, pues durante siglos persistió la creencia de que tanto el ruido como el fuego alejaban los malos espíritus. La gente podía podía tener fe en la intercesión del santo, pero no estaba demás echarle una mano con antiguas convicciones que habían demostrado su eficacia en tiempos anteriores.
      Mientras escribo estas líneas desconozco si la fiesta permanece olvidada o se ha recuperado. Algunos años, los alumnos del colegio han recorrido las calles de la población, remedando parte del viejo ritual, aunque el lanzamiento de chucherías se ha sustituido por una refacción como remate. La colaboración de la escuela podría resultar imprescindible para el rescate de una tradición muy interesante y poco costosa. Un pueblo que pretende promover el turismo no debería obviar que son los actos desacostumbrados los que atraen visitantes y tantear las oportunidades que ofrece San Antón debería ser un objetivo a tener en cuenta.

      Bibliografía:
-Alonso Ponga, José Luis (1981): "Manifestaciones populares en torno a San Antón en algunas zonas de Castilla y León". Revista de Folklore, n. 2, pp. 3-10.
-Fernánz Chamón, Ángel Luis (1983): "La fiesta de San Antón en Navalvillar de Pela". Narria, n. 25-26, pp. 42-47.
-González Casarrubios, Concepción (1985): Fiestas populares en Castilla La Mancha. Ciudad Real. Junta de Comunidades de CLM.
-Tausiet, María (2011):" Fuego festivo, humo sagrado: las luminarias de San Antón en Tierra de Pinares (Ávila)". Revista de Dialectología y Tradiciones Populares. Vol. LXVI, n. 2, pp. 327-254.
-Valdivielso Arce, Jaime (1993): "Costumbres en torno a la fiesta de San Antón (17 de enero) en la provincia de Burgos". Revista de Folklore, n. 152, pp 59-65.
-Velasco Maíllo, Honorio M. (2009):" Naturaleza y cultura en los rituales de San Antonio". Revista de Dialectología y Tradiciones Populares. Vol. LXIV, n. 1, pp.237-276.

Las fotografías las he cogido, con permiso previo, de la sección de Tomás Muñoz en este mismo blog y están incluidas en su carpeta de 1967. La información local  la han proporcionado Andrés Palacios y Carmen.