25 de abril. San Marcos Evangelista


Al menos hasta el siglo XVIII, fue creencia generalizada que los fenómenos naturales y el medio en que el ser humano se desenvolvía dependían de la voluntad divina; además, existía cierto convencimiento de que Dios premiaba o castigaba en razón del comportamiento individual o colectivo de los hombres. En este contexto, sequías, temporales, plagas y demás calamidades naturales, que se presentaban con demasiada frecuencia en unos tiempos en los que las capacidades humanas para intervenir en la naturaleza eran muy limitadas, solían atribuirse a la cólera divina, dispersada sobre la humanidad. El modo de evitar que la cosecha se malograra por cualquiera de las adversidades mencionadas era recurrir a Dios y, para ello, los fieles se buscaron un buen conjunto de dignatarios más asequibles que intercedieran ante Aquél. Estas figuras son Cristo y la Virgen, aunque también un elenco de santos, muchos de ellos verdaderos expertos en la función para la que se les requería. La primavera es la estación primordial en el desarrollo de una buena cosecha, de ahí que la celebración de un buen número de santos amparadores tenga lugar en estos meses. Agudo debía comenzar sus súplicas con San Francisco de Paula, el dos de abril, pues un cuadro con su retrato había en La Virgen antes de la Guerra Civil; le seguía San Marcos, sin efigie, pero con una devoción que aún permanece; el uno de mayo comenzaba el ritual de la bendición de los campos, que se prolongaba hasta el nueve, festividad de San Gregorio, también tenía un cuadro; mientras tanto, el día ocho se conmemoraba la Aparición de San Miguel, santo doblemente festejado y titular de una ermita, que también ayudaba; el último santo relacionado con la lluvia, creo yo, era San Isidro, quince de mayo; en todo caso, si todos ellos fallaban, siempre quedaba la posibilidad de sacar a la Virgen de la Estrella.
       El 25 de abril, festividad de San Marcos, tenían lugar las Letanías Mayores o Rogativas Mayores realizadas con el fin de generar una buena cosecha y repeler las sequías y tempestades. Fueron establecidas  San Gregorio Magno en los primeros siglos del cristianismo en sustitución de las Robigalia romanas. El ceremonial de las Letanías Mayores se iniciaba en la iglesia, donde se reunían los fieles y los clérigos. El oficiante, con vestiduras moradas, debía cantar dos antífonas y el salmo 43 entre ellas. Acto seguido se cantaba la Letanía de los Santos, seguida de las súplicas por la protección ante las posibles adversidades. A continuación tenía lugar la procesión, precedida por la cruz, seguida por el oficiante y demás miembros del clero, autoridades y, por último, el conjunto de fieles. Si en el recorrido de la procesión había algún otro templo era obligatorio cantar una antífona al respectivo patrón. Si el  itinerario era largo, podía repetirse la Letanía de los Santos, o cantar salmos, o ambas cosas. La comitiva finalizaba en la iglesia donde comenzó, allí se cantaba el Padrenuestro, el salmo 69 y otras oraciones que clausuraban el ritual.
          La procesión de San Marcos, que se organiza en Agudo el día 25 de abril por la tarde, recuerda en cierto modo a las Letanías Mayores aunque, hasta donde alcanza la memoria, la ceremonia local nunca tuvo cura. Hasta donde se conoce, la concurrencia siempre fue femenina y también lo era, continúa siéndolo, la encargada de dirigir la función. Una cruz, portada por una de las participantes, era el único símbolo visual de carácter religioso, aunque hoy se lleva un crucifijo mucho más pequeño, incluso una pieza de bolsillo. La gente se congrega en la puerta de poniente de la iglesia parroquial y recorre toda la calle Hospital hasta llegar a la explanada frente al pilar del Orejudo, donde tuerce hacia la izquierda, sigue por la calleja de la Cuadra y continúa hasta el Parque, donde hace una parada con rezo incluido en  San Roque desde hace poco más de dos décadas, fecha en que se construyó la ermita. Sigue por la calle del Parque y la calleja del Monte hasta el antiguo ejido de Santa Catalina, donde, siguiendo las paredes de las cercas (hoy calle Santa Catalina) avanza hasta la explanada de Dos Toriles y, desde allí continúa hacia el ejido de La Virgen. Pocas décadas atrás el cortejo seguía ejido arriba hasta alcanzar el camino del cementerio, donde torcía hacia la izquierda para llegar a la puerta de poniente de La Virgen;  tras la urbanización de la zona corre por la calle San Miguel y toma el paseo de Juan XXIII hasta La Virgen. En la puerta de La Virgen se canta una salve; hoy es siempre la misma, pero en tiempos anteriores podía variar en función de la voluntad de la oficiante; sí ese año había sequía, lo normal es que se entonara la salve del agua. Después de cumplir con la patrona de pueblo, la comitiva se encamina hacia la calle de La Virgen y en el número uno se inicia un Vía Crucis, que se prolonga por toda la vía y concluye las tres últimas estaciones ya en la dehesa, una vez cruzado el arroyo en las Cañadillas. Una cruz en la puerta o ventana de las casas señalan el lugar de la estación en el pueblo y en el campo  unas peñas hacen la función de indicadores.  Prosigue hasta llegar a El Cristo, donde hace una pausa ante la puerta para rezar la oración de Las Cinco Llagas. Desde la ermita avanza hasta el pilar del Caño, coge la calle Extramuros-Caño y tuerce hacia la derecha por la calleja de la cerca Junquilla hasta alcanzar la calleja del arroyo de las Campanas, que conducirá la procesión hasta la puerta de Palacio; ante la puerta de la iglesia se reza una salve y un credo, dándole gracias al santo por las aguas recibidas si hubiera llovido o rogándole por las venideras si el tiempo estuviera seco.


Al margen de las oraciones específicas ya mencionadas en el párrafo anterior, durante el recorrido procesional se reza un rosario completo (los quince misterios) y se cantan canciones religiosas, ya sean de súplica o de agradecimiento. La gente mayor recuerda que antes se cantaba más que ahora, tal vez algunos misterios serían cantados, pues en las procesiones del Rosario de la Aurora todavía se hace así. Respecto a la Letanía de los Santos, no existe certeza sobre su presencia en esta celebración, aunque tampoco hay datos en contra. Todavía hoy,  los fieles asistentes al rosario de madrugada cantan la letanía en latín y nos consta que en otros tiempos no fueron pocas las personas, especialmente mujeres, que podían hacerlo de memoria; además, el primero de mayo comenzaba el novenario de la bendición de los campos que precedía a la festividad de San Gregorio y estas jornadas sí contaban con la presencia del clero y el canto de la Letanía de los Santos.
Se ha dejado para el final un elemento de difícil interpretación para nosotros aunque no por ello carente de interés. Sin responder a un número de veces fijo ni a lugares determinados, cada cierto tiempo se produce un sorprendente diálogo iniciado por uno de los concurrentes:
–San Marcos, ¿renuncias a la ley?
–No.
–Pues siga la procesión.
Carecemos de una argumentación razonada para explicar esta plática que, aparentemente, no parece ajustarse bien a la ortodoxia, pero tampoco nuestra celebración aparenta otra cosa. Una procesión sin cura, un santo que no ha tenido imagen en ninguno de los templos locales y una celebración, cuyos orígenes parten de una celebración precristiana no son precisamente ingredientes que casen con las normas. Otra cosa es el modo en que siguen los rezos y coplas, pues una gente cuya subsistencia ha dependido siempre de aquello que cae del cielo, tiene muy claro qué hace y cómo lo hace.